пятница, июня 02, 2006

el perro


Me arrastraba baboseando las paredes, vociferando un grito, rompiendo veredas, encontré un perro, lo seguí anduvimos por plaza Francia, ninguno hablaba mucho.

Tenia en mano un bombo de la primaria pero gritaba mas que yo.
Era sábado.
Enfilamos por Junín dándonos el sol en la frente, en la esquina de la pirámide dejé de tocar el tambor y seguí el ejemplo del perro, nos tiramos a descansar a la sombra.
El no esperaba nada, cada tanto me miraba, era un pointer, con alguna que otra mancha esparcida por el lomo, yo esperaba lo de siempre, la caída de la tarde, iría engordando la sombra hasta el punto en que estallaría toda la oscuridad que comió durante todo el día, me sentaría de rodillas, acariciaría al perro y dejaría de suponer como serian las horas por venir.
De improvisto levantó sus orejas y la vista, estaba seguro que escuchaba atento algo imperceptible, algo imposible de presenciar para un hombre.
Mientras el perro seguía el rastro de ese sonido con sus orejas me impacientaba, inútilmente seguía con la vista sus pasos, tratando de escuchar aunque sea un segundo.

Prendo un marlboro, y el seguía ahí, como una gárgola benévola, le molestó un poco el humo y se corre cerca del cordón.
Tengo la cabeza apoyada en la pirámide azul, luego tocando el mentón con mi pecho, no se puede ser tan libre, es imposible ser amigo de un perro, es imposible escuchar lo imperceptible, es imposible inventar colores que no existen.

Mirando a la nada veo una pareja, eran grandes, luego de un rato descubrí que me miraban, los dos, sin decir nada.
Note las manos de ambos unidas, moví la cabeza hacia el perro, ellos hicieron lo mismo, evidentemente me miraban, o era un juego inconexo.
Levanto un brazo, ellos levantan sus brazos unidos, veo un reflejo de un dedo.
Era una alianza.
Sentí niebla y empecé a pararme.
No terminé de hacerlo, un sonido agudo me tiró de nuevo a la pirámide, no llegaba a molestar, era mas bien un sincopa.
Como en una película.
Rebotaba en mi oído, crecía y se evaporaba, eso se repitió unas doce veces antes de poder incorporarme.
El zumbido seguía y amenazaba con hacerme acordar de algo, cuando el perro estaba a medio metro empecé a sentir deja vu, pero uno sonoro.
Empecé por recordar una parra, unos lápices, una tía, otra tía, una parra, una mesa, olor de incienso, un desván, la conexión, horas y horas de Bach, Tchaikovsky, una hoja de parra que estropeaba el papel, un dibujo primitivo, un miedo de desván, dos tías, todo con un fondo de neblina, humedad, pasto de lluvia y lluvia, gatos, libros, brujas y hadas de algún bosque impreso o no.
Una niñez de agua, una pileta clavada en el jardín, un limonero de avispas y el trayecto de las hormigas.
Empecé a acariciar al perro, ambos lo notamos pero ya sin sorpresas, al doceavo sonido se notaba claramente.
Como debajo de la parra, como el gato siamés, y como la escalera del desván, era pasto de lluvia, era bañarme entre la tierra, era el “swan lake” y eran mis tías, habia cierta niebla en la pirámide, seguía siendo de dia, pero habia una niebla creciente y habia swan lake, cada vez mas prometedor, una canción de cuna.
Habia dos viejos agarrados de la mano, habrás sido mi abuelo? Seré tu nieto?
Siempre quise abrazarte, te fuiste sin garantías Nono, te fuiste sin darme un abrazo.

Este perro tiene la mirada desconfiada, parece apreciar a Tchaikovsky mas que yo, estaba atento al destiempo, sentó su cabeza en mi pecho cuando el sonido se armonizó, el lo prevenía.
A que amigo perdiste para entender a Tchaikovsky?

La vaivén de cuerdas seguía sonando, era imposible que nadie lo oyera.
Al borde de provocarme un paro cardiaco el perro me regala un ladrido, nos miramos a los ojos, está inquieto, vuelve a ladrar, 3 veces, me roza con su pata y se sienta con las de atrás.
Empiezo a tocar el bombo, despacio.
Sigo con mi ritmo y vuelvo a mirar a los viejos.
Por un segundo me creí que esta niebla era niebla, recién capto su color turquesa, pero tampoco era turquesa.
La pareja está de pie, nos intercambiamos miradas y encaminan lento al semáforo.
Cuando cruzaron ya era tarde, mi perro y yo habíamos entendido, y teníamos miedo e impotencia, el me vuelve a ladrar, toco mas fuerte cada vez, me escuchan ya enfrente y se dan vuelta, siguen juntados de la mano.
Intento llamarlos pero no me escucho los gritos, no escucho nada solo a mi perro, solo al lago de los cisnes y a mi tambor.
Quiero impedirles que lleguen a donde están yendo, a ese edificio que ocupa la media manzana, es horrible, me esfuerzo como nunca, no veo claro entre el turquesa, mi perro va adelante, sigo redoblando el parche.

Sigo a mi perro, empiezo a tocar mas y mas rápido, mas y mas fuerte, logramos cruzar saltando entre parabrisas, ellos no nos oyen, una multitud típica de sábado, una espesa niebla típica de plaza Francia, un swan lake virtuoso como nunca, la pareja esta a unos pasos, mi perro se abre paso, yo no tengo tanta suerte, no logro tocar bien entre la gente, ellos están en las puertas y van a entrar.
Se aprietan las manos, empiezo a correr, me es difícil seguir mi ritmo, y el de mi perro, trago un poco de niebla en la carrera, es dulce, no llega a ser turquesa.
Mi perro les ladra y se voltean.
Llego hecho un manojo de nervios, gracias a dios ellos me oyen, por un momento temí que fuera imposible. Por un momento temí que entraran.
Uno no puede eludir por siempre ese sonido, eso que oye mi perro, ese lago de cisnes, coronados por la parra, el olor de jazmín, los lápices y la mesa de madera, uno no puede.
Agitado caigo al suelo, ellos se aprietan las manos, suelto un jadeo, empiezo a tocar mi tambor de nuevo, la niebla se contorsiona con la luz que sale de la puerta, los violines siguen sonando quien sabe de donde, me incorporo medio arqueado del ahogo, el perro empieza a circundarme con saltitos, en el décimo compás suelta un ladrido poderoso, la ronda se repetía con mas energía cada vez, décimo compás y vuelve a ladrar.
En la lejanía de la humedad vislumbro caras, mas cercanas, lo comprendían.
Veo entre giros que el anciano suelta la mano de su esposa, noto el brillo de la alianza, se acerca, sin dejar de compaginar el ritmo con mi perro siento que me abraza, lo miro por un segundo, despues entiendo, cierro los ojos en su hombro, siento deja vu, nos soltamos y se ríe, le dice algo muy contento a su mujer, y yo ya no escucho nada.

Recuerdo una multitud, una multitud que me acompañaba, cantaba y tarareaba eufórica, improvisando mi ritmo con latas y canastos, gente saltando y las manos que se perdían, sigo los giros la bajada verde. Todavía puedo escuchar a Tchaikovsky.