hoy es la luna
Mirando las brasas no me convencía, se sentía un poco el vacío del sótano.
Para matar el hambre con Gigi tomábamos vodka, pero el ruido del agua debajo de nosotros me inquietaba; me acordé de no bostezar, de no parecerme más a Títere. Un segundo de descuido y éramos iguales.
Los chicos estaban fríos, la calefacción estaba rota en todo el colegio menos en la parroquia.
Gigi se para y empieza a cantar que se le cae, se le cae la cabeza y orejas, y tobillos.
Revuelve el polvo de las sillas, el ritmo lo logra golpeando a martillazos las muñecas Lucy
( la estantería estaba llena)
le pido que pare cuando el rostro de Lucy empieza a descascararse, no por ensimismamiento, sino porque a cada golpe susurraba un tipo de quejido estremecedor y la forma orgiástica de Gigi de mover los ojos me excitaba un poco.
Siguió con sus quejosos se me cae, se me cae la cabeza y las orejas, y tobillos.
Títere le mostraba a Mara el tatuaje de ayer igual a mi marca de nacimiento; cada tanto se reía de mis caras de asco.
Con la única luz en la frente de Mara, era permitido ver las otras Maras más viejas saliéndole de la frente.
- Como una redención de los pecados del clan, me aclara al oído Gigi.
Le explico, irónicamente, que el clan no debía nada a nadie y si había obligación de inmolaciones teníamos
un corderito con lana verde que se asaría bien bien, no, Gigita?
A pesar de que le acaricio el abdomen, reniega y la despeino; con sutileza se aparta.
Apenas pudiendo hablar, me abraza de nuevo para contarme cómo su padre había viajado en globo hasta Alaska y por qué, por qué su tío no tuvo problemas en revelarle a ella qué tan dolorosa había sido su muerte. Gigi le decía: “la muerte San Bernardo”.
Le saco de las manos florecidas de anillos caseros el vodka tibio y la abrazo más fuerte, casi respiraba y llegaba a sollozar.
Los demás se bajan del carrusel improvisado con latas y se nos caen en la cara.
Títere se levanta a buscar sus dosis de lesos: si no tomaba cada 6 hs podía ser peligroso; dos horas después de ingerirlo, escupía entre espasmos, luciérnagas, azúcar, a veces uvas. A Mara el encantaba.
Nos maquillamos, nos revestimos, usamos música, acompaño con el violín, aprovecho que Títere busca música. Mientras las chicas se arreglan, aprovecho para preguntarle sobre esa virgen de madera que había aparecido en el patio de su casa ayer. “La quemé”. La quemó, y no le importó quién la había dejado, de dónde era. “La quemé”.
Le agarré el cuello con el pañuelo: esa virgen era mía Tieterituá!! Se ríe, pero normal, tose un poco, Mara sube a Gigi colgada de la cintura por la escalera que termina en escenario.
Corremos atrás, arreglamos las luces, empieza:
***** “Tiny rooms” *****
ascenso y caída del rey Michelle
Gigi temblorosa sube al palacio de plata, se recuesta en la cama de cartón.
Lisandro, el mecenas: Faltan seis noches para que Main concluya la ópera. ¿Concuerdará finalizando el fresco lateral? ( señala croquis).
Michelle: (secándose el pelo verde) Creo que ya me explicó ayer el motivo de su apuro.
Mis delegados ociosos tienen hambre en el corral ( desabrocha su corsé, tuerce su cuello).
Lisandro: ( se inclina cortésmente) ¿Ahora mismo? Por supuesto, madame.
La música suena desde atrás: Go to sleep, you little baby, your mamma is out o´town go sleep…
Con el rostro empolvado miro a Mara y nos devolvemos carcajadas, pero Gigi nos grita que lo van a arruinar; seguimos observando tomados de la mano.
Michelle: Me gusta usted, Lisandro. Creo no errar al decir que tiene buenos sentimientos.
Lisandro: (le besa el cuello, acaricia sus muslos) No me simpatiza Alteza, ¿me ama usted también? He esperado tanto, ¿nos ama...a los dos, a él? ¡Habla, dí la verdad! ¡Que me sacudan náufragos de huracanes!¡Gesticula, fría embustera!!
Escuché un quejido, pero lo tapó la música; venía de la puerta. Por un segundo me asusté.
Lisandro: (sobresaltándose) No me prohíba quedarme.
Mara se ríe y me tapa los ojos. Pensar que le llevo un año y ostenta su independencia financiera; Gigi se entrega totalmente; a Títere lo vemos más apagado, nervioso; al desnudarse, me perforó con una mirada segundótica de terror. Con la música de Reznor no se escucha el quejido del colchón que escucho yo.
Gigi se relame como un gato, le llena la cara de lenguas con el fervor de su propio ensimismamiento idéntico que en el afuera, cuando corretea sobre mi terraza. Afuera, cuando se esconde con su iguana en el desayuno, cuando desde la bañera se mancha las manos extasiada secándose en el camisón que compró a 5 pesos.
Los miembros se retuercen, golpean. Títere se centra cuando el mismo quejido de antes se intensifica pero acoplándose al All the love in the world. Sacudo a Mara, pero fingiendo me señala la escena, estoy inquieto.
Títere sacude el pecho y dice luciérnagas, se le escapan de la boca y se van.
Gigi se apaga, y luego de unos minutos ambos se incorporan con sábanas hasta el cuello.
Unen sus espaldas, la música se va, Mara aplaude girando la cabeza como un gallo y como yo.
Nos hacen reverencias y al público imaginario.
Títere suspira, Gigi camina desnuda hasta el armario, la piel le brilla mientras charlo con los demás.
Recién ahora noto la sangre que se escapa debajo del umbral.