Targo
Qué mierda que son los domingos, Ñato....
No hay nada que hacerle...
La negra Malena se acerca, me mira de refilón y enfila para la pieza.
Conozco este barrio; era así antes de nacer, un manojo de sombras y arrebatos
donde pinta el sol de vez en cuando y la luna fija ahí, en la bóveda.
Siempre...
Ya ni me mira la Negra; me odia, odia este lugar, todos lo odiamos, sino no seríamos sombras ahí, inertes sin nada más que fumar, amar una esquina y dedicarle prosas a la Santa Rita que crece entre adoquines.
Qué tango ni ocho cuartos, Ñato? ...Eso no es tango... Eso es una cosa rara, pero no es tango, che. No jodamos.....!
Día D, el tranvía pasa por San Juan, me amaga y se va. Saber que se quedó, y quedará en la memoria. Él reparte esa idea por todos los barrios, y será así. Y la luz agarra y te tira del patio al zaguán, y vos te quedas preguntándote cuántos mates te faltan para animarte a sacarte la máscara, y no llorar más... esas tristes melodías.
Dame un pucho, de los negros, Esteban.
Las golondrinas no se olvidan de la madreselva de la vieja en el balcón, y yo me pregunto cuál fue aquel vuelo que como un manuscrito me dijo que las alondras son la extensión de tu perfume, Negra... No me mires más así; sabés que esos ojitos son como facones, sabés que soy una sombra y te querré siempre, por eso hagamos las pases y preguntame como antes, sobre ese portón que daba al campo, en la granja del abuelo...
Me olvidé, Negra, con el tiempo pasó muy inevitablemente el inevitable paso del tiempo. No hay nada que hacerle...
De chico, esa magia de esperar el bondi que pase para volver al partido más profesional que los del gallinero, porque eso era garra, Negra... Las aventuras de Tarzán en la radio los sábados, los simétricos sábados; acariciar la muerte en el baldío: por primera vez, ser inmortales, Negra... Ahora lo somos, pero inmortales por ser sombras nomás...
Ahora tenemos otras Eneidas, amantes de noche, hollín de la milonga, el sabor de la gota de sudor de cuello ajeno, media red, tablón de la comparsa y los buques del puerto... No nacimos de la noche, pero moriremos en ella.
Mirá, ahí viene el Gallego engominado; el otro día armó una en el bar de Malena, que ni te cuento...!
“Con este cuchillo te clavo tu traición, y dejame sombra, dejame que lo termino y ya nos vamos"
Dame unos mangos para el café, que empieza a ser de noche y hace frío sin vos, sabés?
¿Y por qué estoy llorando en el portón? Por la golondrina. ¿Por qué va a ser, sino? Se olvidó de la madreselva, Negra. ¿Nada sobrevive a la memoria? Y hoy es 20 de junio, y hoy hay dos lunas y hoy te me fuiste y hoy soy sombra, sombra...
Es que esperé tu mano... ¿Cuántas veces, Negrita? Vení, dame un mate y que no se hable más, que hace mal... acá en el pecho.
No es el terror a la media luz, lo que hace a los mimos de San Telmo enmudecer sin tiempo y sin domingos; es el horror a las palabras quietas, a esas cajas de frutas allá en la esquina de Chiclana, a la mueca sorda que no hace más que bailar entre el público del piano, a la diagonal cortada de Gascón, donde se cruzan las hojas que pinchan y los pitutos de la cana, a los sombreros grises de Plaza de Mayo. Y es que son más sabios que nosotros: ellos se espantan de algunas cosas, nosotros les cantamos.
¿Y por qué esta luna está tan fértil, Gallego? ¿Por qué nos tenía que tocar a nosotros, justo a nosotros, Gallego?
Dejá, no hay más ginebra hoy. Estás como una sombra, che...
En cada teja se esconde el sol, está ofendido con estas calles blancas, pálidas; está de más decir: mejor que Esmeralda y la hija se hayan embarcado para Italia; estoy más tranquilo.
Esta lamparita. Que no se me apague esta lamparita, bello viernes, que me estoy yendo, aunque no lo veas ni vos, ni la Negra, ni el Gallego de la esquina.
Pasame el mate y que no se hable más del asunto.