суббота, октября 22, 2005

el imaginario colectivo


-“No, no puede ser, era algo más, te digo, ¿vos no le viste la cara?” y Tomás se enoja porque lo presiente, desde chico se sintió inútil, y ahora él se lo confirmaba, con esa mirada de ofendido él decía que no servía; ¿Cómo no se dio cuenta que la chica que pasó les barrió la sombra a los dos? Esa chica, algo hippy, con los brazos en mímica de un tema-botella de náufrago de su walkman y su gesto de canción, ¿cómo no se daba cuenta?
-“Bueno ahora hay que doblar a la derecha, ¿no?”
-“Sí, andá sacando las cosas”. Desarman su pequeño equipaje, toman mate mientras Tomás pinta de colores esa gárgola caída de Humberto Primo, “hay que dejar huella, ¿entendes?” .Y charlaban y miraban y viceversa, porque por ahí su vida estaba con algún que otro techo, pero su capacidad de admiración no tenía límites.
Y así Tomás le enseñó lo que había aprendido a los 4 años.
Ya caía la mañana y ellos seguían discutiendo cuál era el mejor modo de hacer “el camino” perfeccionándolo, sacándole matices que ya aburrían; era la costumbre hacerlo los miércoles, pero ese día lo cambiaron porque Tomás tenía que hacer unos trámites personales (nunca conocí a su padre).
Quedaron acordes de sol mayor dando vueltas en la plaza San Telmo, y eso le hizo acordar a Tomás de su juego, su otro juego, que Él no lo conocía, y le enseñó.
El truco consistía en no mirar para atrás.
Parecían situados estratégicamente entre los toldos, los Gardeles y los árboles, casi agazapados entre tanta gente, y él le dictó unas instrucciones, y se puso a bailar espasmódicamente cantando como un juglar, como en la Edad Oscura, dando saltos y piruetas casi coordinadas; después Tomás se le unió, y ahí estaban los dos cantando versos muy ridículos, y al ritmo de gaitas imaginarias. La gente pensaba que era otra atracción turística, y se puso a observarlos. Pero no era nada de eso; un chico tan chico no podía trabajar de esto, aunque estaba vestido como salido de un circo con su remera a rayas, el otro con camisa desgastada, sandalias los dos, pañuelos en el cuello...
La gente se empezó a entusiasmar. Cuando la improvisada canción llegó a su fin, ambos cayeron sentados, y se quedaron mirando el pasto como si hubiera algo ahí. Pero no, no había nada. El público terminó de aplaudir y se quedaron expectantes a ver cómo seguía el asunto, pero después de un rato él se levantó, o intentó, ya que Tomás le agarró el brazo y le dijo que mire, entusiasmado, y aparecieron...
Unos pequeños hombres de una palma de mano de tamaño. Primero salieron del pasto y empezaron a caminar entre la gente, después como ratas empezaron a descender de los árboles, diez, veinte, treinta ...había tantos y desparramados por toda la plaza; la gente ni se fue corriendo del terror ni se oyó un sólo grito. Se quedaron observando, como si algo no los dejara seguir con su vida; y los “duendecitos” se fueron metiendo entre la gente más y más, hasta el punto de que se podía ver a cada uno en una oreja del público susurrando algo, la gente se reía.
-“No tengo idea, nunca lo había hecho en público...”, le decía Tomás sin sacar los ojos de la gente. Iban de oído en oído hablando algo en secreto, y ya estaban volviendo a los árboles, pero la gente se volvía y los miraba a ellos dos.
-“Quería ver qué pasaba si los veían”, le decía Tomás de nuevo, incrédulo ante el espectáculo que ahora la gente daba para ellos, quienes se fueron acercando muy despacio hasta donde se encontraban sentados, y formaron una ronda más estrecha que cuando eran audiencia.
Un señor se aproxima a Tomás y le saca el morral casi violentamente sin mirarle ni los ojos; no se entendía nada, menos cuando el señor sacó un enorme talismán, algo manchado de polvo del morral arrebatado.
Nadie lo creía, ni la gente ni los Gardeles, pero era innegable: un enorme diamante estaba ahí adentro de su mochila, y hasta las estatuas vivas se dieron vuelta para mirar.
-“Entonces... entonces, era cierto...”, dijo una señora. Se reflejaban los ojos de toda la plaza posados en la gema inmensa. La gente quedó tan impactada, que enmudecieron sucesivamente.
Una nena lloró.